sábado, 12 de julio de 2014

Historia del Budismo (2º parte)


Las escrituras posteriores pusieron mucho énfasis en fundamentar el absoluto Pesimismo propuesto; se planteó que todo en la vida está condicionado; pero el hombre no debe aceptar condiciones, ni prórrogas, ni largos plazos que exijan sufrimientos, pues si los acepta él mismo se vuelve condicionado; el hombre que rechaza todo lo que sea condicionado se acerca hacia lo incondicionado, es decir, hacia el absoluto, que siempre es, sean cuales sean las condiciones; lo incondicionado es independiente, se condiciona a si mismo, es eterno si es que se lo propone.

 El Hinayana señala otras razones principales para rechazar el mundo: la “impermanencia, el sufrimiento, y el no-ser”.

 La impermanencia de la alegría, de las posesiones, de la vida misma: el hombre que busca superarse no puede ni quiere soportar la impermanencia de la felicidad, de la conciencia, de la vida o de la alegría; el hombre que quiere superarse busca la eternidad, por eso rechaza el mundo, no solamente por su aparente fealdad (que en realidad es su propia fealdad)  sino también por su carácter impermanente. 

El hombre que busca la eternidad rechaza también el sufrimiento que exige el mundo para vivir en él, no estando dispuesto a sufrir para obtener cosas y sentimientos impermanentes; si ha de sufrir, ha de ser por conquistar la eternidad del Nirvana, eternidad muy manifiesta en los principios del budismo por los ejemplos vivos de los primeros iluminados. El sufrimiento, lo que hay que pagar por vivir en un mundo impermanente y condicionado, radica en el no-ser, en el sacrificio personal que pasivamente lleva una carga y siempre deja a la búsqueda del propio ser en el futuro, que siempre posterga su ser con el pretexto de necesidades materiales “imprescindibles” para la “felicidad” de su ser.

El Hinayana comprendió a la perfección la dificultad de asumir el rechazo del mundo: siempre habrán alegrías, pequeños logros, comodidades logradas tras los sufrimientos; por eso se esforzó en hacer comprender, pero no a todos sino sólo a quienes se acercaran, lo ínfimo de esas alegrías, comodidades y logros, lo perecederas que son esas cosas. Escuelas posteriores, más liberales, más seductoras también, no escatimarían recursos para empequeñecer esas “grandes cosas” mundanas: usarían magia, mostrarían un poco de la grandeza de los Budas, y enseñarían que son las pequeñas ideas y sensaciones, sutiles, escurridizas, las verdaderas grandes cosas de la vida.

El rechazo del mundo, la negatividad, se llevaba a la práctica mediante tres votos principales: la pobreza, la castidad y la inofensividad. La pobreza exigía de quien buscaba el conocimiento abandonarlo todo, no trabajar, no tener familia, ni siquiera tener una casa; debía callejear o caminar por los bosques pidiendo limosna o recogiendo frutos, ese sería su único sustento; debía someterse al frío, al hambre, a la suciedad, a las ofensas, al cansancio, a los malos pensamientos, a los deseos, debía combatirlos hasta eliminarlos, pero sin armas, sin atacarlos, sino simplemente negándolos: retirándose, controlándose, haciéndolos desaparecer con el puro esfuerzo de la mente o mediante la caridad, que siempre debía ser bienvenida. En un principio no había maestro alguno ni gurú ni monasterio: se entusiasmaba al nuevo eremita a que él solo buscase los caminos de sabiduría, dándole eso sí, algunas directrices; los iluminados, los despiertos, los sabios, no enseñaban, nada más se proponían “aumentar el disgusto por la existencia” en sus seguidores, o inculcarles ciertas disciplinas de control físico y mental; el cuerpo y la mente debían domesticarse, el resto, la sabiduría, venía por añadidura mediante un trabajo personal.

La castidad era un doble rechazo: se hacía desaparecer del mundo del eremita tanto a la mujer y la posibilidad de familia como a las pulsiones sexuales. El iniciado no debía tener ni familia, ni mujer, ni amigos; la negación del mundo debía ser absoluta. Si el mundo tenía ya, junto al sufrimiento, varias alegrías, logros y comodidades, más tendría aún con una mujer al lado. Más difícil se haría para los maestros hacer comprender al los iniciados la necesidad de olvidar el mundo si ellos habían probado ya las delicias que ofrece una mujer. Veremos algunas líneas más adelante cómo, tardíamente, el voto de castidad mutó completamente con la escuela Tantra, que predicaba la experimentación de los placeres mundanos para rechazarlos con más fuerza, o también para utilizarlos en su búsqueda del Nirvana.

El tercer voto podría parecer secundario en dificultad comparado con los dos primeros, pero es de seguro tan importante como ellos, o quizás más importante; el budismo es una religión que predica el amor y la paz desde sus inicios, fomenta el respeto por todo ser vivo, aunque sea un insecto pegado en la pared; todos los seres tienen el mismo derecho a existir. La inofensividad también debe ser absoluta, no se debe atacar a ningún ser; esto debe haber sido todo un cambio de mentalidad en épocas donde se hacían numerosos sacrificios animales entre los hindúes. Este tercer voto está colocado al final intencionadamente, pues hay una escala de intensidad de control que comienza desde el cuerpo, pasa por los deseos y el pensamiento, y culmina en los actos.

El rechazo del mundo debía ir acompañado de la propia negación, del rechazo del individuo y del pensamiento, nada afuera y nada adentro. La prédica de la negación absoluta iba acompañada de argumentos, pero también de métodos. Parece ser que estaban conscientes de que el rechazo del mundo “interior” era todavía más difícil que la negación de todo lo “exterior”, que la negación de lo pequeño requiere de aún más voluntad que la negación de lo grande. Todo el mundo puede aislarse un tiempo, sobretodo si es un tiempo corto, pero ¿puede todo el mundo detener el pensamiento?, ¿puede todo el mundo concebir el vacío? El Budismo afirma que es posible, pero con ejercicio, del mismo modo que no se puede hacer música con una guitarra cuando es primera vez que se la toma; pero con seguridad es muy posible que tras varias semanas de ejercicio cotidiano logre el novato sacarle melodías. Había pues una teoría y un método práctico para negar y posteriormente controlar el “interior”, o lo pequeñito, como prefiero llamar al mundo de los pensamientos.
El Budismo ofrece el tratado psicológico más antiguo conocido hoy en día, el Abhidarma; es un texto frío, muy técnico, que estaba dirigido sólo a quienes estaban iniciados en el pensamiento budista. En él no solamente se particularizaban los componentes del pensamiento humano sino que también se detallaban un sinnúmero de factores que condicionaban la existencia. Los principales elementos que conformaban el acontecer psicológico eran denominados como Skandhas, y eran cinco: el cuerpo, los sentimientos, las percepciones-anhelos, los impulsos y la consciencia, entendida como el “darse cuenta de”. Se decía que los cinco Skandhas citados conformaban el yo, y que por lo tanto, una vez identificados, era más fácil combatirlos, o mejor, educarlos. Para el Hinayana no había Ser sino simplemente un conjunto de Dharmas momentáneos, muchas veces inconexos, que no podían ser considerados como un ente continuo, o un alma. La existencia psicológica era entonces considerada como fragmentaria e inconexa, compuesta principalmente de Skandhas, por lo general supuestos como dañinos y perturbadores, orígenes del sufrimiento humano. Junto a la conceptualización de los elementos de la psique aparecía también la noción de vacío, de la nada, tremendamente importante para la doctrina budista de los primeros tiempos.

Fuente: http://4grandesverdades.wordpress.com/2013/09/05/historia-resumida-del-budismo/#more-5283


No hay comentarios: