Las escrituras posteriores pusieron mucho énfasis en fundamentar
el absoluto Pesimismo propuesto; se planteó que todo en la vida está
condicionado; pero el hombre no debe aceptar condiciones, ni
prórrogas, ni largos plazos que exijan sufrimientos, pues si los acepta él
mismo se vuelve condicionado; el hombre que rechaza todo lo que sea
condicionado se acerca hacia lo incondicionado, es decir, hacia el absoluto,
que siempre es, sean cuales sean las condiciones; lo incondicionado es
independiente, se condiciona a si mismo, es eterno si es que se lo propone.
El
Hinayana señala otras razones principales para rechazar el mundo: la
“impermanencia, el sufrimiento, y el no-ser”.
La impermanencia de
la alegría, de las posesiones, de la vida misma: el hombre que busca superarse
no puede ni quiere soportar la impermanencia de la felicidad, de la conciencia,
de la vida o de la alegría; el hombre que quiere superarse busca la eternidad,
por eso rechaza el mundo, no solamente por su aparente fealdad (que en realidad
es su propia fealdad) sino también por su carácter impermanente.
El
hombre que busca la eternidad rechaza también el sufrimiento que exige el mundo
para vivir en él, no estando dispuesto a sufrir para obtener cosas y
sentimientos impermanentes; si ha de sufrir, ha de ser por conquistar la
eternidad del Nirvana, eternidad muy manifiesta en los principios del budismo
por los ejemplos vivos de los primeros iluminados. El sufrimiento, lo que hay
que pagar por vivir en un mundo impermanente y condicionado, radica en el
no-ser, en el sacrificio personal que pasivamente lleva una carga y siempre
deja a la búsqueda del propio ser en el futuro, que siempre posterga su ser con
el pretexto de necesidades materiales “imprescindibles” para la “felicidad” de
su ser.
El Hinayana comprendió a la perfección la dificultad de asumir
el rechazo del mundo: siempre habrán alegrías, pequeños logros, comodidades
logradas tras los sufrimientos; por eso se esforzó en hacer comprender, pero no
a todos sino sólo a quienes se acercaran, lo ínfimo de esas alegrías,
comodidades y logros, lo perecederas que son esas cosas. Escuelas posteriores,
más liberales, más seductoras también, no escatimarían recursos
para empequeñecer esas “grandes cosas” mundanas: usarían magia,
mostrarían un poco de la grandeza de los Budas, y enseñarían que son las
pequeñas ideas y sensaciones, sutiles, escurridizas, las verdaderas grandes
cosas de la vida.
El rechazo del mundo, la negatividad, se llevaba a la práctica
mediante tres votos principales: la pobreza, la castidad y la
inofensividad. La pobreza exigía
de quien buscaba el conocimiento abandonarlo todo, no trabajar, no tener
familia, ni siquiera tener una casa; debía callejear o caminar por los bosques
pidiendo limosna o recogiendo frutos, ese sería su único sustento; debía
someterse al frío, al hambre, a la suciedad, a las ofensas, al cansancio, a los
malos pensamientos, a los deseos, debía combatirlos hasta eliminarlos, pero sin
armas, sin atacarlos, sino simplemente negándolos: retirándose, controlándose,
haciéndolos desaparecer con el puro esfuerzo de la mente o mediante la caridad,
que siempre debía ser bienvenida. En un principio no había maestro alguno ni
gurú ni monasterio: se entusiasmaba al nuevo eremita a que él solo buscase los
caminos de sabiduría, dándole eso sí, algunas directrices; los iluminados, los
despiertos, los sabios, no enseñaban, nada más se proponían “aumentar
el disgusto por la existencia” en sus seguidores, o inculcarles
ciertas disciplinas de control físico y mental; el cuerpo y la mente debían
domesticarse, el resto, la sabiduría, venía por añadidura mediante un trabajo
personal.
La castidad era un doble
rechazo: se hacía desaparecer del mundo del eremita tanto a la mujer y la
posibilidad de familia como a las pulsiones sexuales. El iniciado no debía
tener ni familia, ni mujer, ni amigos; la negación del mundo debía ser
absoluta. Si el mundo tenía ya, junto al sufrimiento, varias alegrías, logros y
comodidades, más tendría aún con una mujer al lado. Más difícil se haría para los
maestros hacer comprender al los iniciados la necesidad de olvidar el mundo si
ellos habían probado ya las delicias que ofrece una mujer. Veremos algunas
líneas más adelante cómo, tardíamente, el voto de castidad mutó
completamente con la escuela Tantra, que predicaba la experimentación de los
placeres mundanos para rechazarlos con más fuerza, o también
para utilizarlos en su búsqueda del Nirvana.
El tercer voto podría parecer secundario en dificultad comparado
con los dos primeros, pero es de seguro tan importante como ellos, o quizás más
importante; el budismo es una religión que predica el amor y la paz desde sus
inicios, fomenta el respeto por todo ser vivo,
aunque sea un insecto pegado en la pared; todos los seres tienen el mismo
derecho a existir. La inofensividad también
debe ser absoluta, no se debe atacar a ningún ser; esto debe haber sido todo un
cambio de mentalidad en épocas donde se hacían numerosos sacrificios animales
entre los hindúes. Este tercer voto está colocado al final intencionadamente,
pues hay una escala de intensidad de control que comienza desde el cuerpo, pasa
por los deseos y el pensamiento, y culmina en los actos.
El rechazo
del mundo debía ir acompañado de la propia negación, del rechazo del individuo
y del pensamiento, nada afuera y nada adentro. La prédica de la negación
absoluta iba acompañada de argumentos, pero también de métodos. Parece ser que
estaban conscientes de que el rechazo del mundo “interior” era todavía más
difícil que la negación de todo lo “exterior”, que la negación de lo pequeño
requiere de aún más voluntad que la negación de lo grande. Todo el mundo puede
aislarse un tiempo, sobretodo si es un tiempo corto, pero ¿puede todo el mundo
detener el pensamiento?, ¿puede todo el mundo concebir el vacío? El Budismo afirma
que es posible, pero con ejercicio, del mismo modo que no se puede hacer música
con una guitarra cuando es primera vez que se la toma; pero con seguridad es
muy posible que tras varias semanas de ejercicio cotidiano logre el novato
sacarle melodías. Había pues una teoría y un método práctico para negar y
posteriormente controlar el “interior”, o lo pequeñito, como prefiero llamar al
mundo de los pensamientos.
El Budismo ofrece el tratado psicológico más
antiguo conocido hoy en día, el Abhidarma;
es un texto frío, muy técnico, que estaba dirigido sólo a quienes estaban
iniciados en el pensamiento budista. En él no solamente se particularizaban los
componentes del pensamiento humano sino que también se detallaban un sinnúmero
de factores que condicionaban la existencia. Los principales elementos que
conformaban el acontecer psicológico eran denominados como Skandhas,
y eran cinco: el cuerpo, los sentimientos, las percepciones-anhelos, los
impulsos y la consciencia, entendida como el “darse cuenta de”. Se decía que
los cinco Skandhas citados conformaban el yo, y que por lo tanto, una vez
identificados, era más fácil combatirlos, o mejor, educarlos. Para el Hinayana
no había Ser sino simplemente un conjunto de Dharmas momentáneos, muchas veces
inconexos, que no podían ser considerados como un ente continuo, o un alma. La
existencia psicológica era entonces considerada como fragmentaria e inconexa,
compuesta principalmente de Skandhas, por lo general supuestos como dañinos y
perturbadores, orígenes del sufrimiento humano. Junto a la conceptualización de
los elementos de la psique aparecía también la noción de vacío, de la nada,
tremendamente importante para la doctrina budista de los primeros tiempos.
Fuente: http://4grandesverdades.wordpress.com/2013/09/05/historia-resumida-del-budismo/#more-5283
No hay comentarios:
Publicar un comentario